lunes, 1 de diciembre de 2014

Casi un año.

Ya es uno de diciembre, ya casi ha pasado un año, de forma imparable los números y los amaneceres se suceden y ya hace casi un año perdimos a alguien importante. Hace casi un año, casi 365 días sin él a nuestro lado, no es que yo le viera todos los días, no es algo que se necesite para forjar el cariño, aunque suele ayudar. No, era más una relación a distancia, a través de intermediarios, saludos y preguntas corteses que desmostaban interés sincero. Y es que él... él era de la clase de persona que se hace sentir cercano aunque este lejos, era uno entre un millón y era tan mundano al mismo tiempo que se hacia alcanzable a todos.

Él era buena persona, ellas también lo son, ninguno se merecía la tortura de verse y verlo marchitar. Sin embargo esa felicidad, esa compenetración que sabían tener aun en los momentos de dolor, esa forma de encarar la perdida que vendría, el asumir la impotencia y aun así sonreír... de vez en cuando aun me pregunto de donde sacaban las fuerzas para mantenerse unidas, para no dejarse romper, y supongo que en el fondo sé la respuesta, la sacaban del amor. No del amor ñoño de las películas, del amor de verdad, de ese que te hace enfadarte y al mismo tiempo sonreír, ese que te da la fuerza para mantenerte de una pieza aunque la tormenta que es tu vida te lance piedras y palos, esa fuerza que viene de sentir la mano de alguien que estará para ti de forma incondicional, como tu lo estarás para él.

Pero volviendo a él, él no se merecía la tortura de esperanzas que aparecen y desaparecen, no, pero si se merecía el amor que tuvo hasta el final, se merecía todas aquellas horas dedicadas a decir adiós.
Y aunque ya ha pasado casi un año, me escuece el recordarme a mi misma que ya no te veré de refilón al entrar en vuestra casa, así que no me quiero imaginar como debe de escocerles a ellas.
Casi un año sin que me manden recuerdos de tu parte... casi un año sin ti y aun no comprendo que te hayas ido.

jueves, 13 de noviembre de 2014

Cuando te quedas con el uno.



Cuando te quedas solo con la anécdota, cuando te quedas con un solo acto o una sola opinión, cuando decides, que una persona no vale lo suficiente como para comprender todas sus facetas ni ponerte en su lugar. Cuando haces eso, te estás quedando con el uno y casi siempre es el uno que menos vale, la parte que menos representa a alguien, la parte que es un acto puntual y no el fruto de la constancia ni del carácter, ni de sus ideales, te quedas con el uno y desechas lo demás. Y es estúpido, es como quedarse con la rama de la fruta y tirar el resto, ¿realmente quieres hacer eso? ¿Realmente quieres reducir a una persona, a un ser humano, que siente y padece, no como tú, pero lo hace, a algo que no lo representa?

Piensa en el señor que limpia tras de ti, o en esa camarera que no te atendió tan bien esta vez porque estaba un poco despistada, aquella profesora que fue dura en exceso contigo, aquel señor cascarrabias que se queja de la juventud, se amable con ellos, porque no sabes que es el 99 por ciento de lo que pasa tras esos ojos cansados y malhumorados. Y si, puede que aunque seas amable, ellos te contesten mal, pero ten paciencia, trátales con respeto, intenta comprender que hay detrás, se que cuesta, que es más fácil colocar un objetivo despectivo. Pero no es justo, para esa persona, ni para ti, porque igual te estás perdiendo algo, algo bonito de verdad, como por ejemplo, que te saluden, que te sonrieran cuando te vean, que se fíen de ti, porque has sabido mirar más allá y has permitido así, que ellos también lo hagan.


Pero si te quedas con el uno, tú también te reduces para ellos a una anécdota mal contada, tu también serás empequeñecido y desechado en tu complejidad, se quedaran solo con tu uno y será una pena ¿verdad?

miércoles, 22 de octubre de 2014

Cuando el golpe es inevitable...

Cuando decides confiar en alguien hasta el último momento para que finalmente la venda caiga y la verdad te ciegue, te queda una sensación extraña en el estomago, como si aun esperaras un estallido, el pistoletazo de salida que nunca sonara, una señal que de rienda suelta a todo lo que sientes dentro y se amontona por salir.

El momento en el que la venda cae, en el que las piezas se unen y la luz se enciende, es un momento extraño, es como si fueras de copiloto en un coche y vieras qué vais a chocar. Lo estás viendo y no puedes hacer nada, acabas estrellándote, ya que tú no puedes cambiar ya la velocidad ni la dirección que los acontecimientos toman. Un movimiento brusco mueve los cimientos de tus convicciones y  todo sucede a cámara lenta en tu cabeza, la certeza llega lenta a tu conciencia y lo peor es que has visto venir el golpe. Lo has visto y hasta te ha dado tiempo a calcular cuánto va a doler, aunque en ocasiones el cálculo se quede corto. 

A veces más que doler la traición o la verdad, duele el haberlo visto venir, duele el te lo dije de tu propia persona, y te preguntas, ¿cómo he sido capaz de dejarme engañar? Era obvio, era MUY OBVIO. Pero tú, pobre e inocente flor del bosque,  no lo has querido ver, has excusado a otros, porque tenías fe en ellos, porque por alguna extraña razón aun tienes fe en que las otras personas hagan lo correcto. No sabes vivir de otra forma, necesitas confiar que los ideales son algo que más ideas banales que la gente utiliza como estandarte hasta que dejan de ser útiles. Porque si no es así, si solo tú eres fiel a tus ideas, a ti mismo, ¿qué te queda? 


No poder confiar en nadie, vivir como si estuvieras atrapado en un agujero lleno de víboras no es vida, es miedo dosificado en horas. Así que decides exponerte, a cuerpo descubierto, con una actitud de héroe valiente e insensato, que se convierte en el blanco perfecto de los tiradores. Y ahí estas tú, estúpido valiente que sigue creyendo en algo, SIGUES CREYENDO EN ALGO, que hoy en día ya es mucho.